17 febrero, 2020
PABLO LÓPEZ /
La democratización es uno de los grandes retos que debe afrontar el turismo vinculado al vino, en opinión de especialistas como Jorge Febrero, que alude a la necesidad de ofertar productos «atractivos en el diseño, pero también en el precio». La Escuela de Enoturismo de Castilla y León, en la que ocupa el cargo de gerente, ofrece a sus alumnos una formación en la que conocimientos relacionados con el vino comparten programa con los idiomas, con las técnicas de comunicación, con la historia y con el arte.
-¿Qué características propias tiene una escuela dedicada al enoturismo?
-La nuestra es la primera de España y surgió hace seis años. En su momento, nos dimos cuenta de que en España había mucha formación en enología y de que, en cambio, no la había en enoturismo. Para nosotros tiene más peso la parte turística que la parte enológica y eso es lo que nos define. Lo más importante en enoturismo es el guía especializado y no existía ningún tipo de formación en Europa que preparara para ello. El proyecto es ahora una realidad y la de este año ya es su quinta promoción.
-¿Qué tipo de materias del programa son más importantes para esa vertiente turística?
-Hay cuatro partes que son muy importantes para nosotros. Una de ellas es la idiomática, ya que formamos a nuestros alumnos en inglés enoturístico, algo fundamental para atender al visitante internacional. La formación enológica, que es en la que todos piensan, es también muy importante. Las otras dos patas fundamentales del programa son las relacionadas con la comunicación, verbal y no verbal, y el conocimiento del medio. Un guía no solo explica la bodega, sino también lo que está encima de la bodega, la historia, el arte…
«En un día de enoturismo, dedicamos dos horas al ‘eno’ y el resto al turismo. Ir a una catedral o visitar un museo son actividades que pueden formar parte de la experiencia»
-Se trata de brindar a los guías de enoturismo una sólida base cultural para que enriquezcan la experiencia de los visitantes.
-Hay que tener unos conocimientos técnicos y específicos del mundo del vino, pero también una cultura general de todo lo que lo rodea. En realidad, en un día de enoturismo dedicamos solo dos horas al eno y el resto al turismo. Is a un museo o visitar una catedral son actividades que pueden formar parte de una experiencia enoturística.
-¿Tiene España mucho que mejorar para convertirse en un destino enoturístico de referencia?
-Nos queda muchísimo por andar y aquí, en Castilla y León, todavía nos queda un poco más que en otras comunidades autónomas, como Andalucía y La Rioja, que están mucho más desarrolladas que nosotros en ese campo y ello pese a que tenemos muchos más recursos enológicos que el resto. Lo que pasa es que no hemos sabido maridar todavía el vino y el turismo. Ese es el objetivo que pretende la escuela y también el que pretende esta feria FINE.
«Las bodegas han pasado de ver al enoturismo como un extranjero a verlo como un amigo»
-¿Qué medidas deberían aplicar las administraciones públicas y las propias bodegas para potenciar el enoturismo?
-Hace tiempo que las administraciones se dieron cuenta de la situación y están apostando por el enoturismo. La Junta de Castilla y León y la Diputación de Valladolid, por ejemplo, colaboran mucho con nosotros. Quizás, el problema está en las bodegas, que han pasado, en cinco años, de ver al enoturismo como un extranjero a verlo como un amigo. Es en las bodegas donde realmente hay que hacer el trabajo. Hay que entender que el que tiene una bodega es bodeguero y que el enoturismo es algo que llega después y también hay que ser comprensivo con esa situación.
-¿Qué le diría a un joven para convencerlo de que se prepare para ser guía enoturístico?
-Si un joven siente su tierra cerca y siente sus raíces, aunque no sea un gran experto en vino, tiene una gran oportunidad, porque hay mucha demanda de profesionales en el enoturismo. Nosotros tenemos un 70% de empleabilidad. Sobre todo, es bueno que se animen los jóvenes del entorno rural, porque nosotros lo tenemos muy en cuenta. Este año organizamos unas jornadas en las que presentamos al enoturismo como una herramienta contra la despoblación, porque es una actividad que, realmente, contribuye a fijar la población.
«Una visita enoturística no es una cata. Los visitantes a una bodega no tienen que ir acomplejados, sino a pasárselo bien»
-Además, el visitante que practica el enoturismo es de calidad y muy respetuoso con el entorno.
-El enoturista siempre es de calidad, porque tiene muy claro a qué viene. No quiero entrar a evaluar el nivel de gasto porque, precisamente, creo que uno de los pasos que hay que dar es la democratización del enoturismo, para que pueda practicarlo más gente. Una visita que cueste 50 euros está al alcance de muy pocos porque el enoturista, al margen de las dos horas que pasa en la bodega, tiene que comer y visitar otros recursos. Hay que ofrecer paquetes atractivos en el diseño, pero también en el precio. También hay que democratizarlo para aquellas personas que no sepan mucho de vino, porque una visita enoturística no es un cata. Los visitantes de una bodega no tienen que ir acomplejados, sino dispuestos a pasárselo bien.