15 septiembre, 2020
Pocos naturalistas hay en España con un currículum como el de Joaquín Araújo. A su colaboración con figuras de la talla de Félix Rodríguez de la Fuente, hay que sumar su faceta como escritor -es autor de más de 100 libros- y académico de la lengua, su participación en programas de televisión, su labor como articulista en alguno de los periódicos más prestigiosos del país y su implicación en iniciativas como el Proyecto Gran Simio, que preside en España. Un hombre sencillo, amante de la flora y la fauna, que ha plantado 25.000 árboles a lo largo de su vida y que reside en una zona montañosa a 15 kilómetros de su vecino más cercano. Así es Araújo, que ejercerá como padrino de la tercera edición de la feria de ecoturismo Naturcyl, que se celebrará la localidad palentina de Ruesga (Cervera de Pisuerga) los días 25, 26 y 27 de septiembre. Con él hablamos de turismo, una palabra que, según explica, significa velocidad, comodidad, amontonamiento y desconsideración por el suelo que se está pisando. «Lo que conocemos como las formas de disfrutar de la naturaleza y de la cultura rural y aprender de ella, no debe ser denominado turismo». En este caso, Araújo, apuesta por utilizar el término ‘naturear’.
-¿Qué supone para usted ser el padrino de la nueva edición de Naturcyl?
-Siempre que alguien te pide que representes alguna iniciativa colectiva tras la que, a su vez, hay una historia te sientes desbordado, honrado y agradecido.
-Se trata de un congreso que tiene que ver con el turismo. ¿En qué medida se puede mantener el equilibrio entre el turismo y la naturaleza?
-Yo aquí soy un poquito radical y, a lo mejor, mis palabras suenan un poco irreverentes, pero creo que naturaleza y turismo son incompatibles, siempre y cuando tengamos en cuenta que hay una equivocación formal de fondo. Lo que conocemos como las formas de disfrutar de la naturaleza y de la cultura rural y aprender de ella no debe ser denominado turismo. Parece que no teníamos más remedio que usar una palabra ya instalada en los criterios básicos de las personas. El turismo hay que entenderlo como casi todo lo contrario a lo que propone esta feria, que tiene que ver con la naturaleza, la aventura. Eso no es turismo, pero quizá sea una exquisitez o una demanda demasiado rigurosa por parte de alguien como yo, que tiene la suerte de trabajar precisamente con las palabras. Además, soy campesino, así que entronco perfectamente con estas dos facetas y estoy muy de acuerdo con que haya iniciativas que permitan conectar con nuestro pasado y desactiven algunas de las características básicas del turismo, como la velocidad, la comodidad, el amontonamiento y la desconsideración por el suelo que se está pisando que, a su vez, muchas veces conlleva destrucción. En fin, usamos el turismo de una forma claramente errónea. Insisto, la mayoría de los colectivos, desgraciadamente, estamos anclados en una palabra que es muy contradictoria.
Lo que conocemos como las formas de disfrutar de la naturaleza y de la cultura rural y aprender de ella no debe ser denominado turismo
-¿Cómo podríamos llamarle?
-Naturear. Yo tengo unas 20 propuestas de este estilo, de cambio de palabra, de conversión en verbo de algunas palabras que son sustantivo. Soy académico en Extremadura, pero no consigo que avancen mis propuestas. Hay mucho peso pesado, hay mucha inercia en el uso del lenguaje.
-Somos un destino orientado al sol y playa que, a lo mejor, se corresponde más con eso que se corresponde con turismo que con naturear, como decía usted
-Somos segunda potencia mundial en el turismo convencional que se basa en el supremo disparate de que vengan 80 millones de personas en una temporada, que además tiene una perversa muletilla de tipo económico y es que la cantidad no desemboca nunca en calidad. Por supuesto, el amontonamiento y la masificación desembocan en muchísimos problemas, incluso en otro contrasentido: el turismo tal y como lo hemos conocido no consigue que la gente descanse, si acaso que se entretenga, porque cuando repites en tu periodo de ocio las mismas pautas de conducta que tienes en periodo de trabajo, una urbe con ruido, estrés, velocidad, con esa forma estúpida de vivir que es ir todos juntos a un sitio, desde el punto de vista psicológico, no descansas. Y, por tanto, el que diversifiquemos, el que nuestro entorno natural esté lleno de territorios amplios, comunidades vivas y pequeños chisporroteos supervivientes de la cultura rural, nos convierte en una primera potencia de ese encuentro, de esa forma de descansar sosegada, de hacer todo lo contrario, de practicar unos porcentajes altos de soledad, de centrarse en la posible contemplación, en la interpretación del paisaje. En estos momentos, la situación sanitaria ha potenciado que más gente haya decidido vivir más cerca de lo esencial y de lo saludable, que siempre son inseparables. Y eso no está en las áreas urbanas, ni en las zonas de sol y playa, sino en la España vaciada.
La situación sanitaria ha potenciado que más gente haya decidido vivir más cerca de lo esencial y de lo saludable
–¿Cree que hay alguna comunidad autónoma que esté haciendo especialmente bien las cosas o que se oriente hacia ese turismo positivo?
-Hay una relación obvia. Cuanto menos industrializada esté una comunidad autónoma, lógicamente, tiene mayor materia prima y, en ese sentido, se puede decir que buena parte de las dos Castillas, Extremadura, Aragón… casi todas las comunidades, exceptuando las costeras y las insulares tienen una despensa extraordinaria para ofrecer el manjar de la naturaleza con muchos de sus elementos. En Castilla y León esto ocurre en prácticamente todas las provincias, exceptuando las ciudades más grandes y sus periferias. Son recursos extraordinarios que están ahí, que funcionan perfectamente y que son gratis.
-La pandemia ha potenciado los viajes a zonas de interior. ¿Teme que la masificación también se traslade a estas zonas?
-Ese es el gran tema. Todas las propuestas que hacemos desde lo que podemos llamar pensamiento ecológico pueden tener éxito desde el punto de vista de llamamiento. Un ejemplo es el Parque Nacional de los Picos de Europa, donde podemos encontrarnos con un colapso brutal en algunos momentos de verano… Y ha pasado en varios parques naturales. En otros, como Doñana, hay un límite de personas y hay que solicitar la visita con antelación, lo cual es también poco deseable. Que te enclaustren en un vehículo y que solo puedas ir una hora un domingo dentro de no sé cuántos meses es también bastante duro, pero hay que tenerlo en cuenta. Somos demasiados y somos demasiado ignorantes sobre lo que hay que hacer y cómo hay que proceder, es uno de los equilibrios más difíciles de lograr. Es muy deseable que haya casas rurales, que estén completas, que la gente acuda a las fiestas tradicionales de la cultura popular, pero la muchedumbre arrasa, arrasa sin querer. Y contener esto es de una dificultad extraordinaria, exige mucha educación y concienciación. Autocontenerse es absolutamente imprescindible en este momento. Es una autocontención que tiene que ver con todo: en relación al consumismo, a la velocidad, a las propuestas masificadas. Tenemos que ser un ejemplo dentro de las propuestas de este turismo vivaz. Ese naturear que propongo, también implica contención.
Es muy deseable que haya casas rurales, que estén completas, que la gente acuda a las fiestas tradicionales de la cultura popular, pero la muchedumbre arrasa, arrasa sin querer
-¿En ese naturear que propone se podría encontrar la solución a la España Vaciada?
-Sin duda. La cultura rural ha sido masacrada, lo más injusto que ha pasado últimamente es arrasar con todo por un lllamamiento absolutamente ciego y, como estamos en el ámbito castellano-leonés, no olvidó mencionar a Miguel Delibes. Lo más tremendo en todo este desmembramiento, en este proceso de absoluta injusticia económica, social y cultural es que lo que ha sustituido a la cultura rural no es mejor. Ahora deberíamos recuperar una parte de respeto. La España vaciada no estaría vaciada si a los productores agrarios y ganaderos se les pagara simplemente lo que se les debería pagar, porque se está explotando a la gente cada día más. Al campesino se le paga cinco veces menos de lo que debería cobrar por ese alimentarnos, mantenernos vivos. Insisto, este naturear tiene que convertirse a la larga o a la corta en reencuentro, porque hay que reencontrarse con la dignidad humana que había en la cultura rural.
La España vaciada no estaría vaciada si a los productores agrarios y ganaderos se les pagara simplemente lo que se les debería pagar
–¿Cómo vivió el confinamiento?
-Yo estaba en mi terruño. Para mí en lo esencial no cambió absolutamente nada. Yo he estado 105 días sin salir de mi entorno natural, pero es que además vivo completamente aislado en una zona montañosa a 15 kilómetros de mi primer vecino. Por tanto, he tenido la oportunidad de ser más campesino. He puesto la huerta más grande de los últimos 42 años, he plantado más árboles. Ya llevo 25.000 árboles en mi vida. Ordenar mi biblioteca y eso también me ha producido una situación poco deseable, pero que la doy por buenísima. He perdido más del 90% de mis ingresos porque me han anulado más de 40 conferencias y porque me han dejado de pedir cosas, pero lo doy por buenísimo. Yo no he tenido una primavera más bella y hermosa, más creativa y más intensamente vivida que la del confinamiento. Pido perdón por eso.
-A la fauna y a la flora también les vino bien, ¿no?
-La prueba más increíble, aunque poco divulgada, es que durante el confinamiento dejaron de ser atropellados algo más de tres millones de animales.