10 enero, 2019
Las previsiones apuntan a que España logró cerrar 2018 con un nuevo récord de turistas gracias al fuerte sprint de final de año. La llegada de visitantes extranjeros marcaría, previsiblemente, nuevos máximos históricos en un año marcado por la recuperación de otros destinos mediterráneos como Egipto, Túnez o Turquía. Para combatir esta irrupción de mercados low cost, los hoteleros se han visto obligados a aplicar una receta: mantener precios.
Así se desprende de un informe de HRS. Según el proveedor de soluciones hoteleras, el precio medio por noche se mantuvo en los 99 euros el año pasado. Se trata de un nivel idéntico al registrado en 2017. El temor a que la diferencia de precios acentuase la fuga de turistas hacia otros destinos más económicos obligó al sector a realizar un esfuerzo adicional y contener sus tarifas.
Estas llegaron incluso a registrar importantes descensos en algunas de las zonas más amenazadas por un frenazo en el turismo. Es el caso de, por ejemplo, Barcelona. Los hoteleros de la ciudad se vieron obligados a recortar sus precios hasta un 7,7% de media. El sector tomó esta drástica decisión después de ver cómo los episodios de inestabilidad (especialmente tras el 1-O) provocaron una importante fuga de turistas en el tramo final del 2017.
Pero esta no fue la ciudad que mayor hachazo aplicó a sus precios hoteleros. Este recayó sobre los hoteles de Alicante. Sus tarifas por día se desplomaron un 13,6% para tratar de retener a los turistas de sol y playa (especialmente ingleses y alemanes).
El esfuerzo del sector en ambas localidades permitió mantener a flote la llegada de turistas. Esta creció un 1,9% en la ciudad condal y un 1,2% en Alicante.
Su situación es la opuesta a la de ciudades como Bilbao. La capital vizcaína ya es la tercera ciudad de España más cara para pernoctar después de que los precios de sus hoteles se disparasen un 12%. Ahora rondan ya los 99 euros diarios, una cifra solo superada por Madrid (109 euros) y Barcelona (120 euros). La localidad vasca se vio ayudada, entre otras cosas, por la masiva afluencia de turistas extranjeros al Guggenheim (casi un millón en solo doce meses) y por el tirón de su gastronomía. Y es que el turismo español se partió a dos velocidades. Mientras que al turismo de sol y playa le pasó factura la irrupción de los destinos low cost, otros segmentos como el turismo gastronómico, cultural, MICE o de cruceros se convirtieron en los motores del sector.