24 enero, 2023
Quien las ha probado, jamás las olvida. El éxito de las patatas fritas de Bonilla a la vista es un caso muy peculiar. Pocas marcas han cruzado tantas fronteras manteniendo su identidad intacta. De profundas raíces gallegas, la familia Bonilla es la responsable de crear una cadena de churrerías que es ya parte de la iconografía histórica de A Coruña, alcanzando la fama mundial gracias a sus patatas fritas.
Todo comenzó cuando, a principios de los años 30, Salvador Bonilla decidió dejar la Marina (donde era cabo) para abrir su propia churrería en Ferrol, a la que llamó Bonilla a la vista, que era la frase con la que solía responder cuando le preguntaban el tradicional ‘¡Alto!, ¿quién va?’ al acercarse al barco de guerra en sus tiempos de cabo.
Tras un tiempo navegando entre la churrería y un hotel en Ferrol, la familia Bonilla decidió trasladarse a A Coruña en 1949, con su pequeño hijo César Bonilla, que más tarde se encargaría de expandir la empresa por todo el mundo. En aquel entonces, la churrería Bonilla de la Calle Orzán de A Coruña consiguió enamorar a los coruñeses y coruñesas por el sabor de su chocolate, el crujiente de sus churros y la delicadeza de sus patatas, elaboradas por el propio César. El pequeño de los Bonilla luego se encargaba de repartir las patatas en grandes latas por diferentes puntos de la ciudad herculina montado en su emblemática moto Guzzi (que hoy en día todavía se conserva en la fábrica de Bonilla).
En 1958 el local se mudó a la icónica calle de La Galera, aunque el éxito era tal que desde la churrería tuvieron que empezar a prescindir de la elaboración de patatas, para poder atender correctamente a todos los clientes que se acercaban a Bonilla a la vista, deseosos de disfrutar de un buen chocolate con churros.
A pesar de que la familia Bonilla había perfeccionado la elaboración de sus churros y de su chocolate, César Bonilla siempre quiso recuperar la producción de sus patatas fritas, y aprovechando el éxito de la churrería, abrió una fábrica de patatas fritas en el polígono de Sabón, en Arteixo (A Coruña), en el año 1988.
A partir de aquí, la expansión del negocio fue totalmente meteórica. En 2023 cuentan ya con seis establecimientos funcionando a pleno rendimiento en A Coruña, y sus patatas fritas se venden por todo el mundo, desde Reino Unido a Italia, pasando por Francia o Estados Unidos. Su lata de patatas y su logotipo marítimo de un barco sobre las olas se convirtió en un referente en lo que a calidad y producto se refiere, incluso traspasando las líneas del mundo culinario al aparecer en una sesión fotográfica de la marca de moda francesa Balmain, en 2014.
De profundas raíces gallegas, la familia Bonilla es la responsable de crear una cadena de churrerías que es ya parte de la iconografía histórica de A Coruña
Sin embargo, el éxito que catapultó a estas patatas gallegas a la fama mundial tiene una localización muy concreta: Corea del Sur. La primera lata de Bonilla a la vista llegó al país asiático en 2016, convirtiéndose en un fenómeno nacional. Poco tiempo después, en 2020, una de estas latas se coló en un fotograma de la multipremiada película Parásitos (entre otros galardones, el Óscar a la mejor película), provocando un gran interés por la marca y sus patatas. En cuestión de días, Corea se transformó en el mercado extranjero más importante para Bonilla, con más de 4.000 kilogramos de patatas fritas vendidas cada mes.
En los últimos dos años, a la demanda coreana se le han unido otros mercados internacionales como el suizo o el australiano, y las expectativas de crecimiento siguen apuntado a conquistar el mundo con unas patatas inigualables. Dentro del mercado nacional, las patatas Bonilla llegan ya a todas partes de España, triunfando especialmente en el norte, donde es destacable su presencia en el II Circuito de Golf TUR 43 como colaborador.
Su éxito también ha derivado en la especialización y elaboración de otros productos y formatos, desde sus fantásticas patatas sin sal hasta gusanitos.
¿Cuál es el secreto de las patatas que han conquistado a medio mundo? Desde Bonilla a la vista no tienen miedo en desvelar su receta porque la magia se produce con los ingredientes adecuados y un proceso que combina la mejor tecnología y el cariño de la elaboración artesanal. Las patatas Bonilla solo necesita tres ingredientes para triunfar: sal marina, aceite de oliva y patatas de la mejor calidad.
Una vez entran en la fábrica, las patatas son lavadas, peladas y cortadas en láminas muy finas; que luego se fríen en aceite de oliva. Una vez fritas, las patatas pasan el exigente criterio de un ‘ojo mágico’ que retira aquellos ejemplares que no cumplan los estándares de calidad que tanto representan a la marca.
Después de este descarte automático, las patatas se someten a una selección manual por parte de los expertos de la empresa, para asegurarse que cada patata frita tenga la calidad, textura, color y tamaño que consideran óptimo. Una vez acabada la selección, las máquinas de envasado se encargan de embolsarlas o enlatarlas, inyectando gas inerte en la lata, para mejorar la conservación del producto.
Esta fusión de tradición, modernidad y materias primas de calidad también explica el éxito local de los churros de Bonilla, haciendo que cualquiera de sus establecimientos de A Coruña sea una visita obligada si se pasea por la ciudad herculina. Un pedazo de historia coruñesa y un sabor que recuerda a Galicia, a trabajo y a pasión; ya sea en un churro, en una bolsa de patatas o en una taza de chocolate caliente.